Pintor de ángulos zigzagueantes, de pieles rotas, derrengados esqueletos, trizas, tristezas y tiznajos, Juan Barjola reconoce el secreto de los crepúsculos y la ubicación irreal de sus ensueños infundados, sabe algo que ignoran marchantes, galeristas y críticos, pero que no diré yo, por callado respeto y complicidad, aunque no ajena, en este caso.
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