Cuando en aquella navidad de 1977, Charlie Chaplin se quedó dormido para siempre, Oona no pudo resistirlo y se fue dejando morir, enloquecida, desesperada, triste, alcohólica, vacía y sin consuelo, después de haber estado más de treinta años al lado de ese hombre genial, no parecido a nadie y al que nadie nunca podrá sustituir.
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