Otra vez pinto de rojo la nieve con las manos ahítas de caricias y de heridas, resollando apenas
ante tanto silencio derrotado. Vuelvo al no lugar de donde me perdí por amor e imaginación, y ya
no estoy más conmigo, sino con ellos -los fantasmas- que me lloran al oído su maravillosa y terrible S O L E D A D.
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