Quería morir de inanición, tal vez por culpa de un mal amor
o ese raro asunto al que así denominamos y no sabemos qué es.
Quería morir de inanición o de veneno, pero se encontró con ellos,
esos que le quieren y le admiran y le buscan sin saber lo amargo
de este trago, tal vez por culpa de un mal amor o porque los libros
ya no iban a poderle salvar de esas muchedumbres exentas de todo,
excepto de dar cobijo al interés y al demonio de los celos.
Quería morir de inanición, loco y solo como Hölderlin, pues supo
que vivir sin su mirada era ya como estar muerto en la noche
que no tendrá más día ni más lluvia que el infinito recuerdo de nosotros.
Quería morir de inanición. Pero aprendió a mirar de otra manera, quieto,
como si un mar de mercurio hubiera delante de sus ojos, inminente.
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