Los poemas pintados en la piel,
apetecidos como el agua cuando la sed se desboca
o rechazados como el fuego cuando la luz nos quema.
Esta tarde de Julio las palabras no están en la órbita
de mi corazón ni de mis ojos. Resuenan como golpes
de hace muchísimos siglos, como si la esperanza no tuviera
otro motivo ni otra espera que decirme: ¡Condiós vayas!
Y no me quedan otros versos que los que te entregué
a cambio de la vida, cuando éramos capitanes de la Goleta Luna,
naufragada allá por las Antillas y nos vinieron a salvar con sogas,
mientras dibujaban tu cuerpo las mareas. Y me iba yo con ellas.
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