miércoles, 10 de noviembre de 2010

A Julio Cortázar

Tenía los ojos redondos como las vocales que los niños
imaginan
y unos dedos largos y delgados, con la esperanza
de capturar con ellos las palabras musicales.
Se sabia de memoria los cuentos que escribía,
menos aquella muerte, la de la sangre con anemia,
porque enfermó de poesía cuando niño
y ya no le cundieron más las cosas de este mundo.
Cual muñeco de alambre, barro y terciopelo,
sólo se alimentaba con los sueños del alma
y del sonido de los cuerpos. Padecía
tal vez por eso de flacura como Don Quijote,
y como los pájaros, era menos figua que vuelo.

Tenía los ojos redondos como el silencio que los niños
pintan.

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