jueves, 17 de enero de 2008

B A R C E L O N A

Tuve una relación mágica con Barcelona, mi ciudad por no sé qué causa. Viví en ella, la anduve, me entretuvo y la entretuve, nos miramos en sus plazas, nos citamos en sus Cafés e incluso la perseguí por sus calles. Nos aprehendimos uno al otro con el tiempo, y ahora nos echamos en falta quizás, aunque sean muy diferentes su nostalgia y la mía. Yo echo y echaré de menos su mar, sus nubes, las huellas de Gaudí o de Picasso, su cementerio marino, sus montañas enfrentadas, las Ramblas vacías, al alba, o repletas de transeúntes variopintos, al ocaso. Ella, vestida de domingo, reclamo de turistas, escaparate de sí misma, echa de menos su alma. Tuve una bella historia de piedra y de aire en Barcelona, donde habité iglesias, mercados, bares, cines, teatros, museos, parques, y los sueños me habitaron. Quise mucho a Barcelona, mi ciudad, pero ya me embarqué en ese raudo buque que me lleva hacia islas lejanas, y no volveré a puerto.

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