jueves, 3 de enero de 2008

J E C (porque la distancia no es más que una palabra)

Quise mucho a JEC sin conocerlo, sin poder haberlo visto nunca. Tuve y acaso tenga todavía, una relación especial y mágica con él. Lo descubrí en las islas, en el mar, aunque no diré cómo, y siguió conmigo muchos años, por los lugares que yo vivía, por los sitios a los que yo iba, entre las páginas de algunos libros que encontré al azar o que el azar me trajo. Yo también amaba el cine, la poesía y la pintura; también me emocionaba con las leyendas y con los héroes del pasado. Pero la realidad es absorvente, exigente, dura y está preñada de intereses, representada bajo formas ostentosas, apellidos conocidos y títulos banales. Quizás por eso, vagabundo como soy, no me seduce más el juego de las presentaciones, los homenajes y los discursos.
Antes que el IVAM, antes que su propia familia, antes que algunos entendidos y críticos cirlotianos quisieran desenterrarlo del olvido, algo casi visionario y a lo que no me podía sustraer, me llevó a seguir sus huellas, su obra. Y lo hice. Luego, la realidad me despeñó desde lo alto, a pesar de que algún ángel quisiera protegerme, porque este mundo no soporta los milagros ni la existencia de los que no piden nada ni se quejan, y dudé de la conveniencia de insistir en esa soledad azul tras ese corazón tan blanco. Sólo he sabido que él sabe de mí. Y eso me basta.

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