No sé quién dijo que las despedidas son dulcemente amargas, y así me sabe a mí este día, esta tarde, este momento en que se me llena de nuevo la cabeza de pájaros y ando por la luna de Valencia, sin saber si vengo cuando vengo o si me voy cuando me voy; desconocido tal vez, pues me perdí tantas veces que ya no sé quién soy. Rimándote otra vez, amiga, aunque no quiera, sin querer.
No huyas del silencio y deja que él te cuente de mí.
Y cuando hables, recuerda mi nombre con un verso que jamás escribí ni escribirá poeta alguno.
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