Dioses de la locura, a mi puerta llamásteis,
y yo me equivoqué al abriros mi casa
y yo me equivoqué al dejaros sin tasa
recorrer los pasillos de mi razón. Llegásteis
y en seguida os hicísteis los amos. Me cegásteis
con el fulgor insólito de vuestros trajes de oro,
con el eco jovial del cascabel sonoro
que seguía vuestro errático deambular. Me dejásteis
derrumbado en la noche más obscura. Ni estrellas
en los cielos ni luces en la tierra. Por donde
vinísteis os marchásteis, dejándome a manera
de recuerdo de vuestro caminar sin huellas
en el fondo del alma un quejido insomne
y la risa burlona de la negra quimera.
No hay comentarios:
Publicar un comentario