martes, 20 de noviembre de 2007

Antonio Beneyto

Solemos encontranos por azar Antonio y yo. El no suele llamarme y yo suelo hacer lo mismo. Parecemos personajes de Cortázar en un mundo de ficción, o acaso colores que nunca estuvieron juntos, pero se conocen, se entienden y se sienten. El es escurridizo y locuaz; yo soy callado y solitario; le gustan a él escritores que también son de mi gusto, y otros, a los que yo no admiro precisamente. El ama la música y el silencio, y yo también. El imagina cuerpos, y yo imagino palabras; él colores, yo sonidos. Solemos encontrarnos por azar Antonio y yo. A mí Antonio me parece un hombre desamparado, solo, alguien fuera del mundo. Un ser de ausencias, que vive con sus fantasmas, aunque también alguien próximo y "fieramente humano". Una persona contradictoria, apasionada, situado por rebeldía, casi siempre en los márgenes de lo que llamamos realidad, cual si duende o barón rampante fuera. No le gusta la informática ni el avance imparable de las nuevas tecnologías, porque ama la tierra, las formas y figuras concebidas, cabe decir, con un soplo de aliento vivificante. Ama el sexo como pasión y como refugio, aun a riesgo de acabar cual Mallarmé, hastiado de lecturas y de cuerpos. Ama los libros, la pintura, la escritura y el absurdo maravilloso que, según RAMÓN, son las mujeres. Solemos encontrarnos por azar Antonio y yo.

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